Las fechas son importantes porque tengo la creencia de que en la primera mitad del siglo XX se creó la mayor parte de la ciencia y la cultura germen de las que se conocen en esta centuria, XXI.
El lugar en que nació el poeta y el sitio en que murió también me parecen importantes, ya que fue en Turín donde se suicidó y supongo que ahí sintió más la soledad, a pesar de que estaba rodeado de más gente.
Pues bien, este poeta –de quien apenas conozco unas cuantas líneas–suficientes para no olvidarme de que vivir cansa– tenía vocación de soledad, y no era solamente pose trágica; más bien, claridad del vacío que implica la existencia y la dificultad de los humanos para llenar de manera plena y auténtica ese hueco. Debo aclarar que mi dicho tiene fundamento solamente en El oficio de vivir, diarios de Cesare.
Todo viene a cuento porque recién adquirí uno de los breviarios del Fondo de Cultura Económica, La literatura italiana contemporánea, y aunque todavía no lo leo me parece muy acertado que hayan puesto en la portada el rostro de Pavese. Ya les contaré sobre el contenido.
En comparación con Pavese, sólo puedo decir que el hastío nunca es tanto: apenas el suficiente para recordar la insignificancia de mi vida; solamente un motivo para rebelarse contra el vacío y decir que tal vez la vida no tiene sentido; sin embargo, es interesante vivir con la esperanza de ser, de lograr cuando menos engañar el pesimismo y reírse de la soledad ante la imposibilidad de vencerla, y cuando llegue la muerte estar satisfecho de la existencia.
Hace veinte años, en junio de 1988, inspirado por los poemas de Cesare Pavese, escribí
Algún día estaremos mirándonos sin vernos
y pensando cómo estarán las sábanas
recién planchadas de nuestra cama
Más o menos así iba, ya no recuerdo bien lo escrito.
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